jueves, 4 de junio de 2009

Al caer la noche


Porque la noche cae maldita, poblada de recuerdos y fantasmales sombras... y se agiganta la impiedad de su negrura con la tormenta. Viento que castiga las ventanas y golpea mi soledad que no es nueva... compañera de la vida y de las noches.
Es viernes y llueve otra vez sobre mi calle, mi casa y mi alma. Podría agregar que estoy sola y que nadie te reemplaza, y que mi llanto besa incansable tu recuerdo, y te veo ... te veo a través de los años, sentado, micrófono en mano, siempre cantando y te acaricio en esa última noche de tango y amor, o amor de tango en Buenos Aires.
Yo te amé en silencio (veinte años de amor te he dado) y ahora ese silencio grita que no estás, que no estás y que no has de volver. Yo te amé. ¿Después? todo fue el ayer. Y yo no lo supe ver: no aprendí a ser feliz con lo poquito que simplemente me dabas.
Al caer la noche mis ojos apenas pueden adivinarte tras el manto de lágrimas que brotan en cascada... siempre dueles amor de lejos.
Abro el correo: otro día sin cartas tuyas. Otro día sin noticias tuyas. Yo tampoco te escribo, aunque por distintas razones. Simplemente me he alejado para llorar el ocaso de este amor (mi pena) lejos de tu mirada. Acaso ahora, tu espíritu aventurero y romántico, se sienta más tranquilo y más libre... y tu voz, tu voz ronca de tango y alcohol, tu voz que adoro pueda cantarle los mismos versos a otro amor, que sé bien no te ha de mirar como yo...
Por si acaso algún día de éstos algo en tu vida y en tu sangre te lleve a recordarme, al despertar en este diario transitar hacia la muerte, por si acado dejo mi puerta abierta y una luz encendida, para que encuentres la casa en la oscuridad. Por si en algún momento de alguna noche de algún día, vuelvas a buscarme viejo amor y brindemos por los dos.
Es cierto, lo dijiste...sería una espera incierta, cargada de ilusiones, de excusas y hasta de mentiras.
Ahora cae la noche y no te tengo (antes tampoco) pero de algún modo todo es más claro... nadie te reemplaza, aunque los años pasan y la piel se arruga. No es tiempo del remanso aún, y tampoco me has enseñado a volar ...
Llega carta de Neuquén: gente del partido del gobernador que conocí en esos viajes de entonces... y también de Marisa y Carlos, pero no hay noticias tuyas.
A Carlos le gusta la montaña... habla con esntuasiasmo de Uspallata, Potrerillos y ha escalado y acampado en las laderas del Aconcagua, llevando contingentes de estudiantes, en la época en que era cura.
Cuenta que los lugares más bonitos están custodiados por serpientes y de las piedras movedizas cerca de Puente del Inca y del chico que supo rescatar doscientos metros ladera abajo y al borde de un precipicio.
Yo estuve ahí, en la base del cerro, donde se alistan para el ascenso los cargamentos de mulas y donde comienzas a sentir las dificultades para respirar.
A pocos kilómetros hay una enorme playa de estacionamiento: allí, en Las Cuevas, esperan miles de camiones que abran el paso hacia Chile cuando la nieve cubre todo y el túnel se cierra.
Hay un pequeño cementerio de andinistas en medio de la nada, donde los que alli descansan viniendo de todas partes del mundo, han dejado sus botas, sus credos y alguna que otra carta de un ser amado en la otra orilla y un puñado de sueños sin alcanzar. Da tristeza verlo...
Llegando a Uspallatta, en una curva del camino la montaña aparece imponente y de golpe ante los ojos, parece cerrarte el paso, y lo domina todo. Conozco el lugar. También me habla del destierro que sufrió cuando su familia que lo veía como un dios, se resignaba a verlo como hombre cuando dejó los hábitos... y sin embargo, siempre fue el mismo. Semejante a vos, que eras mi dios y ahora eres mi amor perdido... y la tristeza de mis ojos. No supe ver...
Y es siempre la noche, la noche que cae trayendo tu recuerdo y no te he olvido, tampoco pude reemplazarte: aquélla mujer que fui y besaste se quedó para siempre en tus brazos. ... ¿yo? Yo soy apenas un corazón que escribe, siempre para vos. No hubo otro amor en mi vida.
Supe desde siempre que no te tendría... alguien quiso separarnos y no luchamos. No te culpo: hacé lo que debas, dije, que yo por quererte tanto sabré entender... y te alejaste, sabiendo algo que yo aún ignoro. Y nos quedamos sin verso y sin olvido.
Ya no caminaremos de la mano por ese parque al que iba tan sólo para contemplarte, ni te alcanzaré una taza de té, ni secaré el sudor de tu fiebre en las noches.
Sentado en el umbral, tu voz ronca de tango y alcohol, no cantará para mí la historia de Jacinto, ni el secreto que esconden los versos de "Sur" ni aquél amor perdido llorado en la letra de una canción, y es nuestra historia la que canta tu voz de tango y no te escucho en esta tarde gris y con ganas de llorar.
Ya lo sé... nada te traerá hasta mí, ni la noche de Julio, ni el recuerdo de mi amor sentido. Estás lejos amor, lejos. Y sin embargo te espero, entre tardes que otoñan mi vida y noches de recuerdos donde te acuestas a mi lado y me abrazas con ternura... y cantas, siempre cantas para mí.
Y al caer la noche, mi voz envejecida de espera y ausencia murmurará descreída un último ruego:

Noche, tráemelo... tráelo, pero date prisa: estoy envejeciendo. Y la noche salió a buscarlo.

Miriam Patricia Molina