sábado, 20 de noviembre de 2010


El ayer se convirtió en hoy en forma de lágrimas.

Vinieron a recordarnos lo que pudo ser y no fue, lo que pudo pasar y no pasó, lo que se pudo decir y no se dijo para condenar a las almas libres.

Todo aquello que vivimos se quedó como las gotas de lluvia que caen sobre un paraguas, incierto, infinito, insignificante.

Vinieron a decirnos que la ilusión del espejo y las ganas de besar se fueron con un desengaño en plena noche, cuando todo el mundo estaba distraído, cuando las farolas escondían nuestros actos.

Vinieron a decirnos que aquella vez que hicimos daño adrede nos comportamos mal y nos condenamos al arrepentimiento.

Vinieron a decirnos que aquella vez que besamos sin sentir, que miramos sin observar, que oímos sin escuchar serán momentos que jamás volverán porque ya son propiedad del pasado.

No se irán sin recordarnos que una vez en nuestra vida fuimos dueños de nosotros mismos, que hace mucho tiempo las personas escuchaban el latido ajeno y oían el lamento del otro en medio de una muchedumbre.

Que una vez fuimos como el viento…

Que una vez, hace mucho tiempo, estábamos hechos de nostalgia…

Que una vez gritamos en un desierto y alguien nos escuchó

Que una vez nos reímos hasta llorar…

Pero no se irán sin recordarnos que dentro de no mucho tiempo seremos una ausencia, seremos como los propios recuerdos: la más vulgar propiedad del pasado.


Nadia

lunes, 8 de noviembre de 2010

Un día diferente


Se sentía alto. Se sentía fuerte. En cierta manera, también se sentía contento. Sentía cómo se alejaba de todo ese papeleo que inundaba su estudio y se esparcía silenciosamente por las mesas de dibujo. Sentía cómo se quedaban atrás todas esas preocupaciones, todos esos folios aún por firmar, todos los proyectos que aún estaban por cerrar.

Había estado diferente en casa. Él lo sabía; y si no se hubiese dado cuenta, ella se habría encargado de recordárselo. Sí, estaba distante. Hacía tiempo que no sacaba a pasear al perro, que no daba la comida a las tortugas. También hacía bastante que no jugaba un rato con los niños en el jardín.

No era capaz de explicarse la sensación de alegría que lo embargaba esa mañana. ¿Hacía un día buenísimo? ¿había mejorado el tiempo? No, probablemente sólo fuese cosa suya. Llevaban semanas sin ver el sol en la ciudad.

La Ciudad, esa cosa tan pequeñita. Eso tan inofensivo que parece que hoy no va a afectarle. No le molestan sus ruidos, su ajetreo. No le molesta la gente que va corriendo con prisa por las calles, y tampoco esos impacientes que no dejan de tocar la bocina. No sabe por qué, pero esa ciudad hoy no le agobia. No tiene la sensación de que no pasa el tiempo en los semáforos. No se enfada con esas baldosas que día tras día intentan mojarle el traje. Y lo que es mejor, no va corriendo. No llega tarde a ese lugar cerrado y con olor a tabaco que las últimas noches no le ha dejado dormir. Nadie le espera.

Todas esas sensaciones se vinieron abajo cuando recordó que iba montado en un globo de gas. Tal vez seguía siendo el mismo.

Laura Saez Diez